04-03-2025
Llamadme antiguo si queréis, quizás la sangre carlista de mis antepasados me haga valorar más las tradiciones que los avances. Lo confieso, los cambios me producen urticaria… y sobre todo, el fútbol moderno.
No sé exactamente cuando se dejaron de celebrar los goles como Dios manda, ni quien fue el primer delantero flipado que se trajo preparado de casa su performance, para ser objeto de todas las miradas mediáticas al marcar su gol.
Bailecitos latinos, muecas a la cámara, poses prepotentes, dedicatorias codificadas… Y lo peor fue, cuando los compañeros del goleador también quisieron su parte de protagonismo. Se abrió un nuevo melón: el de las celebraciones grupales. Con ellas llegó el bochorno y la vergüenza ajena aún más si cabe. La infame «cucaracha» del Real Madrid en Mendizorroza, jugadores sacando brillo a las botas del goleador, otros representando un día de pesca, coreografías infames. En definitiva, celebraciones más trabajadas y coordinadas, que quizás los movimientos tácticos que les propone el míster en cada entrenamiento.
Toda esta infinidad de variaciones celebrativas, me parecen una falta de respeto a los aficionados, (sobre todo si se hace marcando gol en campo rival), y también a tu propio equipo. Digo yo, que tus compañeros tendrán algo que ver en que hayas podido marcar.
Por eso, este domingo, me quedé embelesado con la celebración que Aimar Oroz hizo, de cada uno de sus goles ante el Valencia. No se puede expresar mejor, ni con más plasticidad, la alegría de marcar un gol. Para mí, esta es la manera clásica, perfecta y respetuosa de celebrarlo. Carrera hacia la grada, salto infinito y puño en alto con rasmia. Hasta en eso eres perfecto Aimar.
Puñaleitor
03-03-2025
Con lo que le gustan a un servidor los empates, a cero, por supuesto. Y últimamente se me están haciendo bola. Ayer contra el Valencia el equipo mostró sus dos caras habituales, en casa y fuera, pero en el mismo partido.
Si en el primer tiempo, fallos defensivos aparte, el equipo salió con el cuchillo entre los dientes, como habitualmente hace cuando juega en el Sadar. En la segunda parte se transmutó en el temeroso e inofensivo Osasuna de los partidos de fuera. El equipo se cerró atrás a conservar el resultado y claro, sin balón sufrió.
Nuestro X- Men particular se equivocó completamente con su planteamiento. Se veía venir que nos iban a empatar, somos Osasuna. Todos sabíamos que Sadiq iba a volver a hacer el partido de su vida de nuevo contra nosotros. Pero Vicente Moreno prefirió aguantar un equipo al que se le notó cansado y volvió a tardar en hacer los cambios.
No quiero ser agorero, pero esta temporada me empieza a recordar, a aquella en la que con Javi Gracia de entrenador, se ganó a los equipos grandes. A mitad de temporada el equipo parecía salvado, pero una malísima y prolongada racha (como la que estamos empezando a tener), llevó a Osasuna con sus huesos a segunda división. O empatamos nueve partidos de aquí a que acabe la liga, o habrá que ir pensando en ir ganando alguno.
Puñaleitor
23-02-25
En estos tiempos del big data, en los que se puede contabilizar cuantas veces por minuto se rasca la oreja izquierda un jugador del Eldense. Los datos que nos llegan sobre el rendimiento fuera de casa, de los equipos que ha entrenado Vicente Moreno son cuando menos escalofriantes.
No es que Osasuna haya sido nunca un equipo de traerse muchos puntos de fuera. Además mola que el Sadar vaya camino de volver a convertirse en ese feudo inexpugnable que fue en la época de los «indios» de Pepe Alzate: Echeverría, Martín, Iriguibel… Pero el síndrome del Dr. Jekyll y Mr. Hyde que experimenta el equipo rojillo al cambiar las prestaciones de El Sadar, a las que ofrece al alejarse de la Comunidad Floral es enormemente acusado.
El partido del domingo contra el Valencia se antoja crucial, si no sacamos puntos fuera, en casa ya no podemos fallar, y menos con la raquítica racha de puntos, nueve, que llevamos en las últimas diez jornadas.
Puñaleitor