PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
Green border Agnieszka Holland (2023) – Polonia
La veterana directora Agnieszka Holland pone el foco en su país natal, Polonia, para ofrecernos su nueva película Green border. El filme es una clara denuncia de las estrategias políticas urdidas por Bielorrusia para aprovecharse del incesante flujo de inmigrantes hacia Europa, y de las acciones represivas tomadas por Polonia con la aquiescencia de la Unión Europea (UE).
Pongámonos en situación: el año 2020, la UE denunciaba como fraudulentas las elecciones en Bielorrusia, así como las constantes violaciones de los derechos humanos en esa nación. Acto seguido, aplicó sanciones contra el país y, entre otros, contra su presidente, Aleksandr Lukashenko. Este, como medida de respuesta a las sanciones recibidas, ideó un plan de desestabilización política con el conchabeo del presidente ruso Putin. Para ello, facilitó la entrada vía aérea de refugiados provenientes de países en conflicto, como Siria, Afganistán o Yemen. El gobierno bielorruso promocionaba en las agencias de viajes de Turquía y otros países vuelos ofreciendo trabajo y empleo en un país de la UE, facilitando incluso visas de refugiados en las mismas agencias, con el objetivo de crear un gran corredor entre Bielorrusia y Europa a través de su frontera con Polonia. El gobierno polaco, a su vez, utilizó la entrada masiva de inmigrantes para crear un clima de odio y rechazo hacia estos, utilizando incluso fake news para aterrorizar a la población y fomentar el apoyo a su gobierno de ultraderecha. Todos estos hechos están reflejados en Green border, no solamente desde la óptica de los refugiados que sufren la represión de unos y otros, sino también desde la de los activistas, o la de los propios policías que custodian esa boscosa frontera (de ahí el nombre de la película).
La directora se ha basado totalmente en hechos reales para confeccionar el guion y el desarrollo argumental de la película. Por ello, si algunas escenas os parecen duras, que sepáis que tras la proyección privada que Agnieszka Holland hizo para activistas que trabajaron en esa parte de la frontera y vecinos que habitan esa zona , estos, le dijeron que les parecía una realidad muy suave.
Lamentablemente, esas familias enteras que volaban tranquilas hacia Europa pensando en una vida mejor, se encontraron de bruces con una auténtica pesadilla de la que era imposible despertar. Un sombrío bosque, plagado de alambradas y peligrosos pantanos, donde por supuesto, ancianos, embarazadas y niños son los más damnificados. Con todo esto en mente, Holland decidió rodar la película en blanco y negro, además de para destacar la dureza de la estancia de los refugiados en el bosque, para dar a la película una sensación de atemporalidad.
Esta denuncia en forma de película titulada Green border, no pretende cambiar el mundo, pero quizás consiga cambiar nuestro mundo interior, impulsándonos a no hacer la vista gorda, ni a mostrarnos indiferentes ante una realidad tan cruda. No sólo la de la inmigración, sino la del creciente auge del fascismo y del racismo en el continente europeo. Tampoco se salvan de la crítica los políticos europeos, que dejan que todo continúe igual, quizás por miedo a que una apertura de fronteras ayude a los fascistas y populistas en su intento por destruir la unidad de la UE.
Estos hechos, expuestos sin tapujos en el filme, provocaron la ira del gobierno, y de organizaciones ultraderechistas polacas, que atacaron sin remisión a Agnieszka Holland, descalificándola e incluso amenazándola de muerte. Después del estreno de la película, ella tuvo que llevar escoltas durante una buena temporada. La verdad ofende.
PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
Civil war Alex Garland (2024) – Estados Unidos
El novelista metido a director de cine, Alex Garland, regresa por sus fueros y nos regala una buena película como ya hiciese en su día con su debut cinematográfico Ex machina (2014). En esta ocasión, no escatima en medios para la realización de Civil war, un alegato antibelicista y homenaje al fotoperiodismo de guerra a partes iguales.
Alex Garland se sigue moviendo en los parámetros de las novelas que escribe: thriller, acción, distopía. Estos también son los ingredientes de la nueva obra del británico. Garland se dio a conocer en el mundo cinematográfico al ser llevadas al cine por Danny Boyle, dos de sus creaciones literarias: La playa, (2000) y 28 días después, (2002), filmes para los que el propio escritor se encargó del guion.
En Civil war, coloca al espectador en una situación que quizás hace unos años podría parecer descabellada, pero que, después de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y el posterior asalto al Capitolio de sus seguidores en enero de 2021, ya no parece tan improbable: una guerra civil en el país norteamericano.
Y seguramente el gran acierto de Garland es enfocar el asunto evitando significaciones políticas. No conocemos, ni por qué empezó la guerra, ni quién la originó. Sabemos que hay un bando que quiere derrocar al presidente estadounidense, quien, por cierto, se encuentra en su tercer mandato (cuando es conocido que en EE UU los presidentes no pueden ejercer más de dos mandatos consecutivos). La facción rebelde curiosamente está formada por los estados de Texas (cuyo color político es el republicano) y California (que vota demócrata). Este tipo de detalles, y muchos más, están cuidadosamente elegidos para mostrarnos la sinrazón de una guerra, y lo fácil que es que cualquier país del mundo se vea abocado a ella.
Como he dicho antes, Civil war es también un gran homenaje al periodismo de guerra; Para ello, Alex Garland se inspiró en la vida de Lee Miller, una de las pocas mujeres periodistas en la Segunda Guerra Mundial, pero cuyas fotografías, directas y crudas, denunciando los horrores causados en la población por las mortíferas y novedosas armas utilizadas por los bandos enfrentados, pasaron a la posteridad. Esta forma de retratar la guerra la convirtió en una de las pioneras del fotoperiodismo, además de ser una enorme influencia en las generaciones posteriores de corresponsales de conflictos armados.
Esa especie de Lee Miller está interpretada en la pantalla por una sobria Kirsten Dunst (Lee Smith en la película), que después de toda una vida fotografiando masacres sin sentido, intenta buscar, eso, un sentido a su trabajo, que parece que la haya deshumanizado por completo al haber contemplado tantas tragedias. La lucha contra sus demonios personales es tan importante como la guerra fratricida que tiene que fotografiar. Acompañan a Lee en su suicida misión de intentar llegar a Washington D.C. para entrevistar al presidente: Joel (Wagner Moura) y Sammy (Stephen McKinley Henderson), que están sublimes en sus interpretaciones, y una jovencísima periodista libre, Jessie Cullen, interpretada por Cailee Spaeny, que idolatra a Lee Smith.
En su viaje hacia Washington D.C. se encontrarán con numerosos obstáculos que deberán ir salvando si quieren conseguir el premio de las fotografías más exclusivas y poder documentar un momento histórico. Hay algunas escenas muy brillantes en la película que consiguen mostrarnos la sinrazón de la guerra y el declive de la sociedad en la que vivimos, pero sin duda me quedo con la parte en la que aparece el actor Jesse Plemons (una debilidad mía), haciendo de miliciano ultranacionalista; esa escena es brutal.
El Estados Unidos de Civil war vive en un fuego cruzado de «desinformación» periodística según de donde provengan las noticias, con la sospecha permanente de las fake news. Periodistas carroñeros, milicias que se toman la justicia por su mano, la población enfrentada a la policía gubernamental, caos en las carreteras, desabastecimiento… -¿Conseguirán nuestros reporteros llegar a su objetivo? Para saberlo, tendrás que ver Civil war, una notable película en sus intenciones, aunque no tanto en su realización, entre otras cosas, la escena del intercambio de coches no era necesaria.
PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
Espíritu sagrado Chema García Ibarra (2021) – España
En el cine, como en la música, como en la vida, todos tenemos nuestras preferencias, y siempre nos movemos en unos parámetros acordes con lo que podríamos llamar una línea de confort de la que a veces no queremos, o no podemos salir. Por eso cuando por equivocación, casualidad, despiste, o un ataque de intrepidez, te adentras en una «bizarrada» como Espíritu sagrado, te das cuenta de la cantidad de cosas que te estas perdiendo por no ser capaz de ver más allá de la valla de tu jardín (y aquí me viene a la mente la película Canino, ¿casualidad?).
El director Chema García Ibarra cuenta ya con una larga y premiada trayectoria en el mundo del cortometraje iniciada el 2008, y con Espíritu sagrado ha dado el salto a la dirección de largometrajes. Y lo ha tenido muy claro, ha seguido haciendo lo que le gusta, mezclar la ciencia ficción con un realismo de tono cuasi documental, que se realza todavía más con la utilización exclusiva de actores no profesionales. Si añadimos a esto que la película ha sido rodada en el barrio obrero de Carrús en Elche, cuna del director, y sin utilizar prácticamente atrezzo, el resultado es algo así como un nuevo e inclasificable género al que no me atrevo a poner nombre. Quizás la nomenclatura para definir esta película la tiene más clara el propio Chema García Ibarra, quien habla de su cine como «ciencia ficción doméstica».
En un barrio obrero de Elche ha desaparecido una niña de siete años, la Vane. Su hermana gemela, la Vero, intenta seguir su vida junto a su madre y su abuela mientras esperan algún resultado de la investigación policial. Los medios de comunicación se vuelcan con la noticia, mientras José Manuel, el tío de las gemelas, se enfrenta a otra gran preocupación: la llegada de fuerzas extraterrestres a la zona. Estas son las premisas iniciales de las que parte Espíritu sagrado. A partir de entonces el espectador va a asistir ojiplático a una visión surrealista, kitsch, bizarra y esperpéntica de una serie de situaciones tan hilarantes como escalofriantemente reales.
La película nos muestra una sociedad que vive sin ilusión, buscando algo en que creer para poder tener una vida mejor, si ya no es posible en esta, por lo menos que lo sea en la próxima. La televisión está encendida a cualquier hora del día y, entre publicidad, informativos locales (impagable la presentadora choni), tradiciones religiosas, y sucesos alarmantes difundidos a viva voz por una vecina (igualmente impagable), nos da una sensación de apocalipsis y angustia que se adueña por completo del filme.
Las miradas vacías de los personajes, la manera plana de expresarse, las caras que denotan sus vidas difíciles, y las muletillas utilizadas por cada uno de ellos que, según el director, no son impuestas, sino propias de los actores, te hacen pasmarte, reírte, y sobrecogerte al mismo tiempo. Partes de la creación de los personajes vienen dadas por historias personales de los propios actores o de sus familiares, que se adaptaron a la trama del filme.
La dirección de arte, a cargo de Leonor Díaz, es realmente gloriosa. Los lugares elegidos, la decoración del bar (por cierto, si vas por Elche es ineludible visitarlo, ya que se mantiene igual que como se decoró para la película), o el glamur choni que desprende el vestuario, te dejan epatado. Todo está lleno de pequeños guiños y detalles tan casposos, como bien cuidados. Es irreprimible que se dibuje una media sonrisa en tu boca a medida que los vas descubriendo. La música no le va a la zaga, y las canciones utilizadas, en especial esa versión de Los Sobrados del Zombie de los Cranberries, reflejan perfectamente la esencia de Espíritu sagrado.
Si tuviera que describir la película de alguna manera, os diría que es como si a Werner Herzog le hubiesen encargado dirigir un capítulo largo de La hora chanante. ¡Atreveos con ella!
PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
Vidas pasadas Celine Song (2023) – Estados Unidos
La vida es un laberinto de bifurcaciones que te va llevando a uno u otro lado según las decisiones que tomes; por supuesto, el azar también cuenta. Todos y cada uno de nosotros hemos pensado en algún momento qué hubiese pasado si en vez de hacer una cosa hubiésemos hecho otra distinta. ¿Elegimos la opción correcta? Eso ya nunca lo sabremos. ¿O quizás sí?
Así que este mes os propongo Vidas pasadas, una película autobiográfica de la dramaturga y guionista de origen coreano Celine Song, quien, por cierto, debuta como directora con esta obra. Partiendo de la idea del «in yun», concepto de la cultura coreana que dice que las relaciones entre las personas están predeterminadas por conexiones en las vidas pasadas, la directora nos cuenta la historia de Nora, que a los 10 años se muda con su familia desde Corea a los Estados Unidos, dejando atrás a su mejor amigo, Hae Sung.
No hace falta que creáis en la reencarnación, ni que hayáis tenido que vivir 8 000 vidas para conseguir las 8 000 capas de «in yun» necesarias para encontrar a la persona adecuada. Vidas pasadas nos habla de un tema universal, el amor, y más concretamente, del primer amor. Ese primer amor que muchos de nosotros (y yo el primero) tenemos, o teníamos idealizado.
Con una maestría sorprendente para una directora debutante, el manejo de la cámara y la composición de los planos nos sumergen desde el principio en las vidas de Nora y Hae Sung, que al poco de comenzar se bifurcan para transcurrir paralelas… ¿para siempre? Mejor será que veáis la película.
A medida que la película avanza, el espectador irremediablemente acabará trazando paralelismos con su propia vida, recordando situaciones personales vinculadas a los diferentes tramos de edad que reflejan la madurez y las inquietudes de los protagonistas. La sensación de haber podido tener algo que quizás hubiese sido maravilloso está presente en los dos amigos de la infancia. Sus vidas, sin embargo, hace tiempo que tomaron otros rumbos, y por qué no decirlo, tampoco han sido tan malos.
Y aunque Vidas pasadas sea una película de AMOR con mayúsculas, no busquéis en ella romanticismo porque de eso no hay mucho. Sus protagonistas logran transmitirnos su forma de sentir el amor. Tanto Greta Lee, en el papel de Nora, como Yoo Tae-o, en el de Hae Sung, consiguen su propósito, pero el que tiene un papelón y lo saca adelante con mucho mérito es John Magaro, en el personaje de Arthur. Prefiero no adelantar su rol en la película.
Además, la película se acompaña de una exquisita fotografía y, por supuesto, una banda sonora que logra tocarnos la fibra sensible. El montaje, que en una historia que abarca tantos años podría ser más complicado, se ha resuelto de manera eficaz, y nos deja dos escenas excelentemente ejecutadas: la primera y la última de Vidas pasadas, que auguro dejarán huella en la historia del cine.
Vidas pasadas nos habla de amor platónico, amor romántico, amor verdadero, amor predestinado, amor anhelado, amor idealizado. Amores estos, y alguno más que seguramente me he perdido en la parte espiritual, y que nos van a hacer mantenernos muy pero que muy pendientes de Nora y Hae Sung. Cuidemos del amor, el motor más importante de nuestras vidas, pasadas, presentes y futuras.
PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
Chinas Arantxa Echevarría (2023) – España
Siempre he sentido una mezcla de curiosidad, fascinación y respeto por la comunidad china. La imagen que me han transmitido muchos de sus integrantes, es la de personas muy trabajadoras y metódicas, humildes, educadas, respetuosas y con unos vínculos muy fuertes con sus familias y tradiciones, a pesar de los miles de kilómetros que los separan. En apariencia son muy discretos, parece que no quieren molestar, pasan casi desapercibidos. Por eso me llamó la atención el título y el argumento de la película que os quiero recomendar, Chinas. Máxime cuando su directora Arantxa Echevarría, ya me había dejado con un gran sabor de boca con su filme Carmen y Lola (2018). Al igual que en este, la directora vuelve a recurrir a vivencias propias para sacarse una gran historia y una gran película de la manga.
El filme es una interesante propuesta de cine social, de esas que no sólo te hacen reflexionar, sino que también cambian tu modo de ver a las personas, en este caso las chinas. Unas personas que has tenido al lado, pero que nunca has visto, ya sea porque no has querido o porque no se han dejado ver. Chinas es de los filmes que consiguen que después de verlo hacen que te intereses, y que busques más información sobre el tema. Y eso en estos tiempos tan veloces que corren, es signo de que la directora ha conseguido su cometido y tiene un mérito extraordinario.
Como no podía ser de otra manera, Chinas se desarrolla en la zona de España con más concentración de población china, me refiero al distrito de Usera en Madrid. Allí conoceremos las vicisitudes de dos hermanas chinas, Claudia y Lucía, y también la de Xiang, una niña china adoptada por padres españoles que acabará en la misma clase que Lucía. Pronto nos daremos cuenta de las diferentes maneras en que cada una de las tres busca su propia identidad en la sociedad en la que viven.
Claudia, la hermana mayor, intenta desmarcarse de las tradiciones familiares y busca sentirse aceptada entre sus compañeros de instituto a toda costa. Su hermana pequeña, Lucía, se avergüenza de tener unos padres que están todo el día trabajando en su bazar, y lo que más desea es celebrar su fiesta de cumpleaños en el Burger King. Por otro lado, Xiang se encuentra perdida y desorientada, entre los deseos de sus padres adoptivos y su nuevo colegio.
Como ya hiciese en Carmen y Lola,Arantxa Echevarría vuelve a poner el foco en el universo femenino. Y es que, si ya es duro convivir en una sociedad diferente, aún lo es más si eres mujer. Chinas nos muestra una realidad cruda, donde el machismo sigue vigente en edades tempranas, y la educación sexual que reciben los jóvenes viene dada por el porno que ven en las redes sociales. También aflora el racismo, que sigue candente, y todo ello entremezclado con los problemas de relación entre padres que casi no pueden estar con sus hijos, y que intentan inculcarles sus tradiciones. En contrapunto está la diferente clase social y manera de relacionarse de los padres españoles, que tampoco es que consiga resultados muy positivos. En Chinas, nadie sale bien parado, aunque también es verdad que ni chinos ni españoles deberían sentirse ofendidos, porque la película retrata fielmente la convivencia mutua.
El casting para Chinas debió de ser muy complicado, pero fue todo un acierto haber elegido a las jovencísimas Shiman Yang (Lucía) y a Valería Fernández (Susana) que llenan la pantalla de ternura cada vez que aparecen. Por la parte menos infantil del reparto destacan: Xinyi Ye (Claudia), Yeju Ji (madre de Lucia y Claudia en la película) y Julio Hu Chen (Wang, amigo de Claudia), los tres fueron nominados a mejores actores revelación en la última edición de los Premios Goya de este año. Y por cierto, el papel que interpreta Carolina Yuste (Amaya), es el que vivió la directora Arantxa Echevarría en la vida real.
En Chinas encontrarás: soledad, desarraigo, búsqueda de identidad, tradiciones, dolor, frustración, aislamiento, pero también convivencia, integración, ternura, humor, amor, aceptación, y hasta un carnaval… chino.
PELÍCULA RECOMENDADA (Artículo incluido en la publicación Compromiso y Cultura)
La estrella azul Javier Macipe (2023) – España
Como gran amante de la música que soy, tenía necesariamente que ver La estrella azul, ese homenaje en forma de película a Mauricio Aznar,líder de un grupo aragonés del que todo el mundo me hablaba, cuando arribé allá por el 2004 en estas tierras turolenses. Un grupo del que yo apenas conocía nada. La gente con la que coincidía en conciertos o festivales, les gustase el estilo musical que les gustase, me hablaban con verdadera veneración de una banda maldita llamada Más Birras, y todos ellos coincidían en resaltar dos cosas: primero, que Más Birras mereció mejor suerte y reconocimiento, y segundo, la personalidad y el talento singular de su cantante y principal compositor Mauricio Aznar.
Llegué al cine con la curiosidad de conocer un poco la vida de Mauricio Aznar, pero sin grandes pretensiones, que son las pocas que suelo tener cuando veo este tipo de género cinematográfico. Me esperaba el típico biopic de un cantante de rock, mostrándonos su auge y caída, con sus mejores canciones sonando como banda sonora. Pero desde su comienzo me di cuenta de que La estrella azul es una película distinta, humana, sorprendente, y única, como su protagonista.
Y aparte de descubrir la faceta más personal de Mauricio Aznar, La estrella azul también me ha hecho caer de rodillas ante el talento derrochado en la dirección de la misma por su director Javier Macipe, en su primer largometraje para la gran pantalla.
Javier Macipe nos transporta con su cámara hacía el viaje de autodescubrimiento que inicia Mauricio Aznar, para liberarse de sus demonios y encontrar en su interior la esencia de lo que le llevó a sentir la música como una forma de vivir. Macipe juega en ocasiones con el realismo mágico, o el cine experimental, y lo hace de manera sublime, rompiendo «la cuarta pared» con una delicadeza y un toque poético exquisito. Ya desde el principio la película comienza fuerte, con ese viaje de la cámara que recorre desde el escenario del concierto esos estrechos y oscuros pasillos que conducen al backstage. Ese inicio ya nos indica que estamos ante una película diferente. Podría destacar muchas más escenas, como la de Pedro (el hermano de Mauricio) en el bar, que es sencillamente antológica, pero os dejo que las descubráis por vuestra cuenta.
Me ha encantado también cómo el director consigue sumergirnos en esa atmósfera viciosa y degenerada de principios de los 90. Recrea perfectamente el ambiente asfixiante de los conciertos, la tentación de la heroína siempre rondando la noche, el sonido abotargado del bajo y de la batería escuchado desde los aseos del bar, las mentes nubladas por el alcohol y el humo del tabaco… En La estrella azul todo está hecho a conciencia y con amor y respeto hacia la figura de Mauricio Aznar.
La propia madre de Mauricio, aparte de ser la impulsora de este bonito proyecto, también fue la culpable del amor de su hijo por la música de Atahualpa Yupanqui, que hizo que años después, Mauricio iniciara ese viaje a Argentina para conocer la casa del artista. Allí llegó con esa amargura perenne que parecía perseguirle de por vida, se aplicó en la busca de lo auténtico, convertido en un quijotesco soñador utópico. En ese país, acabó en Santiago de Estero, donde fue acogido por la familia de Carlos Carabajal, el padre de la chacarera, una danza tradicional a la que el maestro ponía letra y música. Mauricio se convirtió en su discípulo, ávido de conocer la sabiduría que brotaba de las canciones y las cuerdas de la guitarra de Don Carlos.
A las estrellas anónimas está dirigida esta película. Muchas de ellas, demasiadas, tuvieron vidas similares a la de Mauricio Aznar. Me viene a la cabeza el nombre de Marco Antonio Sanz de Acedo, «Eskroto», «Gavilán», miembro de bandas como Tijuana in Blue, o Kojón Prieto y los Huajolotes, del que siempre pensé que su vida merecía ser llevada a la gran pantalla. Quizás ya no haga falta, porque La estrella azul rinde homenaje a todos esos artistas que quemaron su vida demasiado rápido, sin lograr un merecido reconocimiento, y sobre todo porque será difícil estar al mismo nivel que esta pequeña joya en forma de película.